María era una mujer madura de 70 años. Era alta y, en sus
tiempos, tuvo que ser una mujer bella, pero su mirada era triste y desoladora.
Desde que fue madre estuvo sufriendo con su marido por culpa del alcohol; vivió
años muy duros hasta que este falleció por su enfermedad a causa de las bebidas.
Ella sola fue capaz de enfrentarse a la vida y a tirar de sus cuatros hijos
pequeños. Ojalá la desdicha de esta mujer se quedara ahí en esos años duros que
pasó en su juventud, pero el fantasma del alcohol y las drogas volvía a llamar
a su puerta. Su único hijo varón estaba enfermo y obsesionado con el alcohol y
las drogas, era la propia imagen de su padre, aunque tuviera buen corazón los vicios lo estaban transformando. Pidió
ayuda a sus hijas ya mayores para solucionar el problema del pequeño de la
casa. Pasaron meses muy duros yendo a centros de desintoxicación, ya que estaba
muy afectado y era más grave de lo que la familia suponía.
Los médicos le advirtieron que si continuaba con la vida que
llevaba le quedarían pocos años de vida, ya que su cuerpo estaba bastante
castigado por los estragos del alcohol y las drogas. Miguel quería dejarlo,
pero no podía, ya que era la medicina que necesitaba todos los días.
Pero su vida cambió en el momento en el que conoció a Lola,
una enfermera que trabajaba en el mismo centro; ella le administraba la
metadona que necesitaba, poco a pocofue soportando que la dosis fuera bajando
hasta que se sintió limpio; de aquí surgió una buena amistad que luego se
transformó en amor.
María, desde hace años, no sonreía, y ahora lo hace porque se
siente tranquila de que su hijo vuelva a estar bien.
Miriam Ruiz
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